martes, 12 de enero de 2010

--- Pasando el tiempo ---


No sé, a veces simplemente te apetece que pase el tiempo.
Estás tirado en la cama y el despertador comienza a graznar esa melodía que se te clava en lo más profundo de tu cabeza. Casi como si tu vida dependiera de ello lo apagas y suspiras aliviado, aunque esa sensación apenas dura un segundo puesto qué, casi sin darte cuenta, comienzas a plantearte si seguir en la cama o levantarte y hacer frente a un nuevo día.

La opción fácil es evidente: quedarte en la cama. No hay coches, ni ruido, ni gente, no tienes las preocupaciones de exámenes o clases, amigos que te buscan, gente que te necesita, apuntes, profesores, frío, mal tiempo, la lluvia calándote hasta lo más hondo, si tienes mensajes, si no los tienes… Simplemente tienes que dormir, darte la vuelta, taparte y cerrar los ojos, dejar que tu imaginación haga el resto, volar por mundo de fantasía donde tú eres el arquitecto pero también el protagonista.

La otra opción es levantarse, con todas las consecuencias, buenas y malas. Sin embargo, hoy, este día, tu conciencia gana la batalla y no te deja dudar más y, casi movido por un resorte, te levantas. Notas el frío del suelo que te sube por la planta de los pies, subiendo por las piernas y anidando en tu corazón mientras que un escalofrío te recorre todo el cuerpo. Pero a pesar de ello sigues adelante. Te levantas sin ganas, un muerto regresado a la vida, una marioneta manejada por los hilos de la adultez y el deber.

El agua de la ducha te cae sobre los hombros relajándote, ahora estás bajo tú pequeña tormenta particular. Ajustas el agua a tu gusto haciendo que salga un poco más caliente, solo un poco, lo justo pero suficiente para llegar al siguiente nivel de bienestar. Mientras metes la cabeza debajo del grifo de la ducha sientes como el pelo comienza a mojarse, pegándote a la cara, al mismo que te preguntas cómo harán las cortinas de las duchas. ¿Cómo era capaz que un trozo de tela o plástico o lo que sea aquello, sea capaz de hacerte sentir a miles de kilómetros de distancia? Seguro que si las naves espaciales fueran de cortinas de duchas llegaríamos a la luna en un minuto. Pero los pensamientos son apenas un susurro en tu conciencia que deja paso a una tranquilidad pasada por agua. Simplemente no piensas nada, no te acuerdas de nada, no existe nada, solo las gotas de agua y el contacto de la espuma en tus dedos.

Pero por un segundo vuelves a la realidad, el tiempo suficiente para darte cuenta de que tienes que salir. Al cortar el agua lo lamentas puesto que una ola de frío te vuelve a recorrer de arriba a abajo. Con rapidez y precisión coges la toalla y te enroscas con ella intentando tapar todo lo posible, protegiendo tu ser de aquel abrazo invernal.

Como un niño con unos zapatos demasiado grandes, sales del baño y te metes en tu habitación. Apenas miras qué ponerte, hace demasiado frío para pensarlo y si te paras a pensar se puede congelar el cerebro, como cuando bebes muy rápido un batido de chocolate de los que te bebes en verano.

Te sientes como un gran golem de piedra, pesado, lento, cansado. Un suspiro se escapa de tus labios cuando te agachas a abrocharte las zapatillas, mientras que una bocanada de aire te llena los pulmones cuando te pones en pie.

Con un vacío en el estomago sales de casa, acordándote de que tienes que ir a la compra a por cola cao. Mecánicamente te pones los cascos y le das al play. Te abrochas la cazadora, te colocas el gorro y sales a la calle. Casi te llevas por delante a una mujer que pasa en ese instante, pero apenas se gira para mirar, sigue a lo suyo mientras tú apoyas los talones y comienzas a caminar.

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